De vez en cuando me arrimo a la deriva del viento y, asomándome al margen de la apariencia, lo escucho en su asidua distorsión. Aunque parezca que él nunca interfiera, infiere en el interior manifiesto de cada aliento, consciente de la aparente candidez propia, consecuente con la genuina ilustración ajena. Hoy, él intuyó la convicción de las nubes, opacas en sus miradas, iradas, diáfanas en las sombras que, uniformes, unían la pluralidad de sus estructuras mudables. Convulso al ver el sol tras el telón, el viento empezó a revelarse a través de las hojas, rozándose la una con la otra con la intimidad inefable, que poco dura aunque, infinita, perdure en el éter incluso durante la calma. Ellos transmitían, sin palabras, secretos para aquellos capaces de percibir sin oír, de sentir sin discernir, tan solo intuir. "¿Sabes por qué lloran las nubes?" y, lentamente, las pequeñas gotas empezaron a precipitarse al vacío, como si la pena les impidiera alzar el vuelo, haciendo eco de ...
acompáñame hacia mi mundo literario, el que se lee desde la inherente prospección