Con el libro entre las manos
y la estrofa abierta en el pensar
me asomo al empañado espejo de la ficción,
permitiendo que la melodía de las palabras
inspire la poesía ágrafa, carente de verso.
Asimismo, transigiendo la huida de la materialidad,
me hundo en un mar sin fondo donde arraigarse,
sin superficie a la que aspirar,
en la que se pueda respirar.
El sucesivo flujo del agua me agita
en su deambular immóvil,
en su dirección sin rumbo,
carente de una frontera que dicte
la previsión del acto,
ni el límite de la consciencia o de la existencia,
ni siquiera el confín del alma.
Perdida, me limito a escuchar
el murmullo de las aguas ideales,
que tratan los recuerdos postergados
en un eterno devenir, junto a su
inmortalidad exánime.
Del caos de abstracciones despunta una;
la eternidad de un sólo instante,
la trascendencia del tiempo apresurado,
dirigida hacia una paz de efímera extensión.
¿Cómo puedo perecer de forma perenne?,
pregunté a las olas que perpetua y
dualmente, fallecen en su renacer.
Ellas, en su suspirar incesante,
indican la aceptación de la infinitud,
la trascendencia del doble individuo,
la comprensión plena, sin prejuicio,
del ser de múltiple alma, compuesto por luz
y polifacética sombra.
Y así, una vez consciente de sus complejos espejos,
nace su perpetuidad finada.
A mi alrededor, el líquido amniótico
se torna éter de sepultura, de éste germinando,
aflorando, un inédito, aprendiz yo.
-Mar Florenza (@relatosumergidos)
foto de: @raulprat (instagram.com/raulprat)

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